Las elecciones y el golpe de estado.
El régimen acusa a la oposición de unos propósitos golpistas que sólo él puede tener entre manos, mientras la oposición no puede abrigarlos por principios, porque no tendría con qué ejecutarlos y porque quienes sí tienen con qué hacerlo no darían ese golpe para poner a los civiles en el poder.
Fue el propio Chávez, el pasado 13 de abril, antes de su enésimo viaje terapéutico a Cuba, quien puso nuevamente sobre el tapete la posibilidad de un golpe de Estado que la oposición ejecutaría ante un supuesto triunfo suyo en las elecciones presidenciales.
Sabido es por lógica y por experiencia histórica que en ninguna parte del mundo los civiles ejecutan golpes de Estado y que sus protagonistas siempre son los militares, por la obvia razón de que éstos tienen la exclusividad de los medios para hacerlo. En la Venezuela de hoy, quienes deseamos salir de este régimen ni queremos ni deseamos golpes de Estado, porque no aspiramos cambiar un gobierno militar por otro y tenemos bien claro que los únicos en capacidad de dar un golpe son quienes lo darían para retener el poder.
Chávez y sus cuadros, en medio de una escalada intimidatoria de violencia y terror disuasivos, a sabiendas de que mucha gente prefiere el veneno dulce de la esclavitud y las cadenas, como decía Marañón, antes que la libertad peligrosa a la que se refería Martí, acusan cínicamente a la oposición no sólo de lo que ellos calculadamente preparan, sino de planificar un baño de sangre, proponerse una persecución al chavismo, acabar con las misiones y liquidar los "logros de la revolución". Esas acusaciones, desorbitadas hasta lo estrafalario, se producen porque el régimen necesita justificar de antemano lo que se propone hacer ante los resultados desfavorables en las próximas elecciones. Anótenlo.
Mientras Chávez viva nadie le disputará la jefatura y él será el candidato en silla de ruedas, en camilla, intubado o como sea, no por devoción de sus fieles sino por la pragmática razón de que es él quien mayor número de votos les garantiza. El problema es si Chávez no es candidato, como cada día parece más probable, o si siéndolo pierde.
Como ambas circunstancias pudieran ocurrir, se ha anticipado una sórdida pelea por la mortaja, porque, con o sin Chávez, los altos mandos chavistas, al no poder mantener el poder, se adaptarán al rol opositor con un chavismo sin Chávez o después de Chávez. Chávez puede estar seguro que los suyos no respetarán una jefatura de ultratumba y arrojarán en el pipote más cercano sus disposiciones testamentarias, si es que pretendiera dejar todo "atado y bien atado" como alardeaba Franco en sus últimos días. Los círculos del poder se sacuden los testamentos de sus tiranos con la misma resolución conque lamen sus suelas.
Las Fuerzas Armadas no son la cúpula corrompida, bocona y asustada que alardea estar casada con el proyecto del Presidente y dice que no aceptaría ningún resultado electoral adverso. Sus malandanzas son de ella y no de las Fuerzas Armadas. La inmensa mayoría de los militares son honestos.
Ellos y sus familias resienten más que nosotros los civiles la corrupción de sus mandos, la sociedad con la narcoguerrilla colombiana, la traición que ha entregado a los cubanos los cuarteles, los servicios de tificación, los registros y notarías, los organismos de inteligencia militar y civil, la seguridad personal y familiar del Presidente y pare de contar. La inmensa mayoría respetará los resultados electorales y no se prestará para ninguna felonía. En su momento actuarán como la institución que son.
Henry Ramos Allup
Secretario General Nacional de AD
Artículo publicado en el Diario El Nuevo País 29-4-12